31 jul 2008

Hamacas de la Muerte

Seguiré escribiendo hasta que la cordura me arranque la locura de un zarpazo. Escribió el escritor en la primera línea. En la siguiente trató de explicar lo que había tratado de decir, pero no pudo contener la historia de las hamacas asesinas que empezó a escribirse sola. Hamacas vivas, hamacas verdes, hechas de plantas carnívoras, de células amarillas. Siniestras todas, que engañan al cansado viajero y lo digieren mientras duerme. Muerte placentera para estos días, donde los aparatos médicos castran las eutanasias tan bien planteadas por la dama de la guadaña. Dama sexy, enfundada en negro y con la única función de recoger las costras que deja la vida en la piel del alma de los que por algún motivo están requisitoriados por el más allá. Te inyectan un poderoso alucinógeno y mientras te enfrascas en lo más profundo de tus sueños ellas te digieren en su tejido, malditas benditas las hamacas. Pero hasta que un día la dama de negro, cansada de trajinar por la estela de la muerte, apoya la sangrienta guadaña contra el tronco de uno de los árboles que sujetan la hamaca y recostando sus inertes huesos decide, ¿porqué no? tomar una amable siesta en la verde y asesina hamaca. Y se duerme y se envenena y alucinada pasa el mismo umbral que tantas veces ha pasado, acompañando a alguien, pero sola. Y claro, se va al cielo y regresa convertida en muerte, con la misma guadaña filosa que ahora deshuesa y desmenuza todos los colores de las hamacas asesinas. Y acompaña a las hamacas, las pasa por el umbral y las mandas a los infiernos. Y de pronto, de un zarpazo la cordura arremete contra la locura y el escritor para de escribir y selecciona todo. Que si estoy seguro de no guardar cambios. Enter