23 ago 2008

AQUI VIVEN LOS SHIPIBOS


Las anoréxicas calles del centro apestan a guitarras criollas y a choclo sancochado. Arrasando olores y rompemuelles va Carlos y, con un par de seudoperiodistas a cuestas, galopa al ritmo de sus cuatro ruedas recién cambiadas. Está perdido, estamos perdidos. Nos han dicho que los shipibos viven en un asentamiento humano entre Barrios Altos y el Rimac, en un terreno donado por la ilustre lenguaraz ex primera dama Eliane Karp. Me pregunto que más hay, aparte del despiadado río hablador, entre estos dos chabacanos barrios con pasado criollo tatuado en las canciones y en callejones de menos de un solo caño. Lima apesta, el Perú apesta mientras que su único pulmón agoniza, arrancado árbol a árbol, por un estado aferrado al exterminio paulatino de las comunidades indígenas. Al costado del mercado de Flores y frente al CETAME, ahí viven los shipibos, arrumados sobre un relleno sanitario y coronando un mercadito común y corriente, como el de cualquier barrio pobre de esta guitarrera y choclera capital. Uno de los seudoperiodistas escribe esta nota, el otro la convierte en televisión de calidad para niños sin control remoto y adictos al canal local de su comunidad y Carlos, bueno Carlos sigue perdido por una hora más antes de mostrarnos donde viven los shipibos. Cada uno desde su trinchera nos repetimos los tres en nuestras cabezas que no entienden lo que nuestros ojos ven. Aqui viven los shipibos, parece Belén, los ojos son achinados, las casas son todas chiquitas y las caras son todas amigables, pero hace frío y una inimaginable (para los shipibos) llovizna nos moja a todos. El papá shipibo, con carnet aprista incorporado, se pregunta porqué marcó la estrella mientras que su hija shipiba mira a la cámara y, sin tapujos ni huevadas, arremete contra la injusticia de vivir en Lima, alejada de su visión del monte verde que hecha de menos cuando la lluvia es así de fina. Aquí viven los shipibos, aquí vive el Perú en el corazón de otro anónimo niño shipibo cuando afirma que el gobierno piensa que son menos, que son inferiores y que su selva está muriendo aplastada por la fiebre de las concesiones. ¿Y cómo se responde a los adolescentes shipibos de Lima cuando te dicen mirándote a los ojos que ya no hay peces en los ríos, que los animales se refugian en lo más profundo del bosque, que nuestras enfermedades los arrasan y que los árboles se remplazan fácilmente con ladrillos y cemento? ¿Qué se les dice a los chicos shipibos peruanos cuando su herencia se va por un tubo petrolero y su identidad le apesta a todo un apestoso país? Y claro, a este par de seudoperiodistas nos emociona que ellos se emocionen hasta mojar sus ojos achinados cuando hablan de su monte, y recién ahí creemos comprender el abandono de los desplazados del Perú por el Perú. Aquí viven los shipibos, junto a Carlos, junto a ti, junto a mí. Aquí viven los shipibos, traicionados por este lisérgico país que de ayahuasquero no tiene un carajo.