
19 jun 2008
Entre signos de Interrogación

7 jun 2008
DOLORES DE RODILLA

Que le puedo decir doctor, el dolor me pone tenso y amargado. Soy otro, me transformo en un energúmeno y grito y pataleo. Su secretaria no tiene la culpa, aunque tiene que admitir que es un poco lenta, se cruzó en el camino cuando una crisis de rodilla me atacaba. Claro que le he pedido disculpas y las ha aceptado, por favor doctor quíteme este insano dolor. Después de la inyección y cuando ya no sentía las rodillas el galeno me obligó a esperar en la sala de la (des)espera, habían dos personas que sí tenían cita y habían llegado a la hora: el valiente muletero y una mujer muy hermosa de indescifrable edad. Así que decidí quedarme. La mujer, que podría tener entre 25 y 55 años, en su camino al consultorio, paso a mi costado ignorándome por completo, ignorando además la mirada de enfermo que gratuitamente le regalé impulsado, claro está, por los primeros, y mejores, momentos del analgésico. Me arrepentí por completo haber contestado al saludo del muletero valiente. Tenía veinte minutos hablando del accidente que lo obligaba a visitar al traumatólogo todas las semanas. Así es hermano, yo he comprendido de la peor manera, por eso el consejo que te doy es que nunca manejes sampao, el trago y los carros son enemigos cuñadito, me he podido matar compadre y eso que solo me tome 7 chelas. No se callaba ni para respirar, en ese momento lamenté no tener una botella de pisco y un ferrari. Se los hubiera regalado gustoso a mi interlocutor.
El primer quejido sonó seco y contundente, puntegesiano si alguien me pediría resumirlo en una palabra. Después de una pausa breve empezó una cadena de aullidos que se intercalaban con gemidos distorsionados por la pasión y el deseo. El muletero y yo nos miramos con cara de sorpresa pero no dijimos nada, la secretaria, que parecía acostumbrada, no movió un dedo a pesar de que solo una puerta nos distanciaba de un bacanal acertadamente sazonado por uno que otro golpe que redondeaba la faena. Indefinibles fueron los 20 minutos siguientes, además de envidiables. Parecía que el traumatólogo era además ginecólogo por vocación. Y cuando el polvo terminó ahogado en un larguísimo grito final… la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
La mujer salió del consultorio y caminó directo a la puerta de salida. Pude recién comprobar que tenía más de 40 pero que su sonrisa, que se prolongaba de una oreja a la otra, era de una veinteañera.