
Que le puedo decir doctor, el dolor me pone tenso y amargado. Soy otro, me transformo en un energúmeno y grito y pataleo. Su secretaria no tiene la culpa, aunque tiene que admitir que es un poco lenta, se cruzó en el camino cuando una crisis de rodilla me atacaba. Claro que le he pedido disculpas y las ha aceptado, por favor doctor quíteme este insano dolor. Después de la inyección y cuando ya no sentía las rodillas el galeno me obligó a esperar en la sala de la (des)espera, habían dos personas que sí tenían cita y habían llegado a la hora: el valiente muletero y una mujer muy hermosa de indescifrable edad. Así que decidí quedarme. La mujer, que podría tener entre 25 y 55 años, en su camino al consultorio, paso a mi costado ignorándome por completo, ignorando además la mirada de enfermo que gratuitamente le regalé impulsado, claro está, por los primeros, y mejores, momentos del analgésico. Me arrepentí por completo haber contestado al saludo del muletero valiente. Tenía veinte minutos hablando del accidente que lo obligaba a visitar al traumatólogo todas las semanas. Así es hermano, yo he comprendido de la peor manera, por eso el consejo que te doy es que nunca manejes sampao, el trago y los carros son enemigos cuñadito, me he podido matar compadre y eso que solo me tome 7 chelas. No se callaba ni para respirar, en ese momento lamenté no tener una botella de pisco y un ferrari. Se los hubiera regalado gustoso a mi interlocutor.
El primer quejido sonó seco y contundente, puntegesiano si alguien me pediría resumirlo en una palabra. Después de una pausa breve empezó una cadena de aullidos que se intercalaban con gemidos distorsionados por la pasión y el deseo. El muletero y yo nos miramos con cara de sorpresa pero no dijimos nada, la secretaria, que parecía acostumbrada, no movió un dedo a pesar de que solo una puerta nos distanciaba de un bacanal acertadamente sazonado por uno que otro golpe que redondeaba la faena. Indefinibles fueron los 20 minutos siguientes, además de envidiables. Parecía que el traumatólogo era además ginecólogo por vocación. Y cuando el polvo terminó ahogado en un larguísimo grito final… la vida siguió como siguen las cosas que no tienen mucho sentido.
La mujer salió del consultorio y caminó directo a la puerta de salida. Pude recién comprobar que tenía más de 40 pero que su sonrisa, que se prolongaba de una oreja a la otra, era de una veinteañera.
4 comentarios:
jajajajajaja...me has echo cagar de risa!!!
Buenísimo gordo!,buenísimo.
La Flaca.
k bueno carajo, tu talento te desborda bro... la mejor parte "lamenté no tener una botella de pisco y un ferrari. Se los hubiera regalado gustoso a mi interlocutor"
lo k te faltó decir es k el huevon d tu hermano te iba a comprar pastillas pal dolor d rodilla en la madrugadam je...
Debo decir que aquí, ya tienes un fan, y espero con ansias el siguiente cuento...
un fuerte abrazo (tu de espaldas como diria calzoncillo veloz)
el dylanita
Acabo de terminar de leer tu blog, cada palabra tiene mucho de ti, tu estilo, tu personalidad, tu originalidad reflejada en cada cuentillo. muy bueno.. yo ando haciendo uno que ya cuando lo termine te lo pasarè.. saludos
Karla( me recordaràs?)
karla24gr@hotmail.com
Aunque el blog que hize no tiene mucho tu estilo igual te lo mando http://karli-karlita.blogspot.com/
ciao.
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