8 may 2008

El sueño de El Abogado.

Si pues aquí se escribe lo que se sueña y se sueña en no escribir sobre abogados. Algunas veces uno que otro juega sus fichas tan desdeñablemente bien, que es imposible soñar que uno no lleva el código penal por almohada. Los sueños con viruela del abogado a continuación, le achinan los ojos de vergüenza.


Sueño 1.
Los documentos que exhibe el señor fiscal son falsos de toda falsedad genérica, pero bien en el fondo son recalcitrantemente fidedignos. Con estas palabras el abogado defensor pareciera que hace pensar hasta al soñoliento juez. Son falsos, continúa, porque parecen incriminar a mi defendido, pero son verdaderos porque la mano negra de la falsificación no los ha tocado, es decir son precisos pero huérfanos de verdad, señor juez. Cruza la sala con paso elegante, se para frente al magistrado, busca sus ojos, los atrapa en un fulminante contacto visual y prosigue: estos documentos a pesar de provenir de los archivos de este mismo poder judicial parecieran ser dueños de un espacio privilegiado dentro de un proceso kafkiano. Son ilegales ante los ojos de la razón y la conciencia, pero legibles y ciertos ante los del hombre, señor juez. Estos documentos que tengo en la mano son insoportables para una defensa como la mía, ceñida a la verdad por juramentos certificados por el colegio de abogados, y así son verídicos. Pero, felizmente para esta sala, esta discusión no se basa en estos documentos, más en la mentira depositada en cada verdad de sus palabras ordenadas, una a una, con enorme responsabilidad, remata el abogado. Vuelve a su sitio donde la mano estilizada de su asistente le alcanza otro expediente. Lo toma como si pesara, lo abre en la página marcada, mira a su defendido y dice: estos papeles son más que papeles, son injurias demenciales de la realidad, son momentos y tiempos que pasaron pero que viven en la memoria colectiva, son celestiales demostraciones de justicias pasadas, son insultos a la calumnia de este juicio, son manotazos de ahogado del mar muerto, pero sobre todo evidencian y prueban que este humilde abogado no sirve para nada más que para servirse. Los flashes salen despedidos de las cámaras de los fotógrafos mientras el abogado y su defendido asoman por la puerta grande del Juzgado, esa que da a la libertad.

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