23 abr 2008

Pájaros a Gasolina

Los referentes a estudiar, cuando se habla de la lisérgica experiencia de escribir algo para este puto blog, están claramente delineados en la más barata, pero a su vez la más conchuda de las putas, la realidad. Porque siendo totalmente sincero, la puritana ficción ha caído en las manos decadentes de un viejo y conservador chulo que no hace más que ponerse celoso cada vez que su anfitriona es usada. Esgrime siempre la misma disculpa a sus rabietas: todas las historias están contadas. En cambio la realidad es una puta independiente, trabaja para ella y sus ganancias son netas, nada de impuestos, pura, cruda y sin condón. Así que esta noche he decidido contagiarme de la sidosa y gonorreica experiencia de contar algo real. Ahí les va.


LIBERTAD SONORA

Los ruidos de las malditas mototaxis no dejaban dormir ni a los cautivos guacamayos del extraño hotel en el que estaba hospedado en Tarapoto. Los guacamayos hacían ruidos con sus arácnidas patas y se lamentaban expulsando un sonido conmovedor, parecían rogar que unas gotas de dulce xanax sea inmediatamente agregado al agua que les deja el recepcionista por las noches. Son las malditas mototaxis las que no dejan dormir ni al guacamayo rojo, ni al azul, ni a los demás pájaros como yo. Una tras otra, suben la pendiente en la cual se ubica el hotel forzando sus motores para trepar la cuesta. El ruido es satánico y la agonía solo termina cuando este triciclo motorizado llega a la cima. En ésta están los guacamayos desesperados, está también mi cuerpo horizontal dándole vuelta a la idea de escaparme de este sufrimiento y tomarme unas chelas que me apacigüen las ganas locas de matar un par de mototaxistas, y en defensa propia.

Por fin la idea toma fuerza y salto de la cama decidido a largarme del hotel en búsqueda del siempre recomendable Stonwasi, mítico y fiestero bar tarapotino donde la chela siempre está helada y donde “El Chino”, ilustre dueño del lugar, aconseja a los borrachos a conquistar el mundo. Chelas van y chelas vienen, más rápido de lo que van, así que mientras enfilo y cuadro mis tropas libertadoras ante la arenga del general “El Chino” pienso en los guacamayos del hotel, me atormenta la idea que están allí, solos y a merced de estos sinuosos vehículos de infernal ruido. Y cuando la niebla alcohólica avanza, como neblina en el bosque húmedo, me enfrento a la valiente idea de hacer algo por estos arcoíris alados que no tienen la culpa de los sonoros motores que, pistoneando aceite y atragantando gasolina, suben la pendiente que corona el hotel. Se lo comento al general “El Chino”, amplio conocedor de las leyes de la selva alta peruana, me recomienda matarlos. Dice que así acabaríamos con su sufrimiento, se ofrece, además, a darme una poción que los dejaría sin aliento, un macerado potentísimo que los enterraría en el fondo de la jaula, con las patas estiradas y sin dolor. Así que hace que una de sus asistentas me entregue una botella chata de este menjunje. Por supuesto me cobra 20 soles, pero qué son 20 soles si pueden acabar con el sufrimiento de estos buenos compañeros y cómplices de hotel. Como un buen soldado pruebo el veneno y a pesar de la quemazón en la garganta me resulta agradable, así que empiezo mi caminata hacia el hotel como marchando a la guerra.

Mientras camino, no iba yo a montarme en una mototaxi, pienso en dos cosas. La primera: ¿Cómo iba yo a hacer para suministrar el maldito veneno a los benditos pájaros? Y la segunda: si por alguna razón el veneno cumplía con su misión, ¿qué haría luego con los cuerpos de estos gigantes pájaros multicolores? Decidí, por lo pronto, seguir mi camino y continuar chupándome el veneno, decidí además que alguna idea descabellada y macabra se me iba a ocurrir ni bien mis cansados pies pisaran el hotel. Cuando la botella escupía la última gota de macerado en mi sedienta boca y dado que no tenía más veneno en los exteriores de mi cuerpo, la idea de abrir la jaula y dejarlos volar acaparó, cual lo previsto, mis pensamientos. Sabía que no había otro camino a mi habitación que el que pasaba rozando la mazmorra de los guacamayos, así que cuando el recepcionista me abrió la puerta del hotel, porque a altas horas de la madrugada suele estar cerrada, lo saludé cordialmente, así mismo me despedí y decidido apreté el paso rumbo a la libertad. Ahí estaban mis amigos, el rojo y el azul, con sus patas arácnidas y sus extraños lamentos. A penas me vieron se dieron cuenta que yo estaba allí para liberarlos. Aunque alguien creerá que miento, las dos aves esgrimieron conatos de sonrisas en sus filosos picos y, ante dios puedo jurar, escuché que me retaban a abrir la jaula hacia la espesura de la selva.

Cuando el recepcionista gritaba y corría hacia mí con un palo de escoba, alertado por un aleteo más sonoro que cualquier mototaxi, el rojo trataba de no ahogarse en la piscina del hotel y el azul era lanzado por mis manos y por los aires. Ninguno de los dos voló, el azul, que cayó encima de unos ficus, tuvo mejor aterrizaje que el acuático rojo. Es obvio que sus alas estaban cortadas pero no pude percibir, una vez abierta la puerta de la jaula, ese pundonor, esa valentía que corría por sus venas, momentos antes. De más está decir que mi valentía libertadora y mi habitación fueron canceladas, les aseguro que no es tan fácil conseguir hotel en Tarapoto cuando el sol amenaza con salir. Así que no me quedo otra que tomarme una mototaxi y dar vueltas por esta hermosa ciudad nororiental al Marañon. Maldiciendo, claro está, a todos sus putos guacamayos.


6 comentarios:

Anónimo dijo...

No era mas fácil matarse a los mototaxistas?

Imbécil!

Unknown dijo...

no sería más fácil matarse a todos los anónimos?

Anónimo dijo...

Por ahí y sería más fácil, pero cómo chucha los encontramos?

Unknown dijo...

para encontrarse querido anónimo primero hay que estar perdido, y para perderse hay que ser un poco inteligente. No sería mejor aprender a perderse?

Anónimo dijo...

Es decir, hay que meterse una buena perdida o es que hay que perderse para encontrarlos, porque son inteligentes y andan perdidos?

(se pone interesante la cosa)

Unknown dijo...

No es lo mismo saber perderse que esconderse detrás del anonimato, tampoco más inteligente. Piérdase usted inteligentemente y quizás se encuentre.

(La cosa ya era interesante desde su primer comentario)